"Una noticia alegre para uno entrado en años como yo. Estoy casi totalmente fuera de servicio en cuanto a mis piernas, pero los médicos dicen que no hay dudas de que recuperaré su uso nuevamente, aunque esto signifique varios meses de tratamiento en Nueva York".
Franklin D. Roosevelt tenía 39 años cuando escribió esta carta.
Proveniente de una familia privilegiada, había sido subsecretario de la Armada de Estados Unidos y acababa de ser nominado por la Convención Demócrata como su candidato a vicepresidente del país en las próximas elecciones.
Era un hombre que estaba en el centro de la vida pública y tenía un estado físico envidiable.
Pero una tarde en agosto de 1921, sus hijos lo desafiaron a una carrera de natación y a la mañana siguiente se dio cuenta de que no podía mover bien su pierna izquierda.
Para esa noche tenía fiebre y dolores terribles en sus piernas y espalda. Al final de la semana, Roosevelt había perdido toda sensibilidad de la cintura para abajo.
Tras consultar con médicos locales, su familia decidió llamar a un profesor de la Universidad de Harvard, Robert Lovett, autor del libro "El tratamiento de la parálisis infantil".
Lovett le diagnosticó polio y le dijo que si bien no era de los casos más severos, no había manera de asegurar que podría volver a caminar.