La música vibrante de Rubby Pérez, el ídolo del merengue, llenaba el aire del Jet Set, un santuario de la vida nocturna donde la alegría y el baile eran los protagonistas. Para Cristóbal Moya, era una noche más de camaradería y disfrute junto a sus amigos. Jamás imaginó que esa melodía festiva se convertiría en la banda sonora de la peor pesadilla imaginable.
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Cristóbal es hoy uno de los pocos que pueden narrar en primera persona el horror que se desató en la madrugada fatídica del 8 de abril de 2025. Su testimonio, crudo y estremecedor, pinta un cuadro de segundos que se sintieron como una eternidad, de luces que se apagaron para siempre y de un techo que, sin previo aviso, se desplomó sobre la multitudinaria celebración.
En una conversación aún marcada por el shock y la incredulidad, Cristóbal relata cómo la velada transcurría con normalidad.
“Vi como del techo caía una arenilla…”, recuerda Cristóbal con la voz entrecortada. Momentos después, el estruendo ensordecedor lo cubrió todo. “Todo se vino abajo”, sentencia, reviviendo en sus palabras la brutalidad del colapso.
La oscuridad se apoderó del Jet Set en un instante. El bullicio festivo se transformó en un coro de gritos de terror y desesperación.
Un hombre se acercó y lo rescató
Cristóbal sintió un golpe seco en la nuca, un impacto que lo lanzó al suelo en medio del caos. El peso del concreto y la estructura metálica comenzaba a aplastar vidas, a silenciar risas y a truncar sueños.
En ese infierno de polvo, escombros y lamentos, en la lucha instintiva por la supervivencia, una figura emergió como un ángel en la oscuridad. “Entre ese caos, una persona se acercó a él y le dijo que estaba allí para ayudarlo a salir”, narra, aferrándose a ese recuerdo como un salvavidas en medio del naufragio. Un acto de humanidad en la hora más oscura, un hilo de esperanza en un mar de destrucción.
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Para Cristóbal Moya, aquel fatídico día se grabó a fuego en su memoria como “el peor día de su vida”. La imagen del techo desplomándose, el sonido desgarrador de la estructura cediendo, la sensación de asfixia bajo los escombros, los rostros de pánico a su alrededor... son fragmentos imborrables de una tragedia que ha marcado a toda una nación.
Más de 100 fallecidos por la tragedia
Hoy, mientras la República Dominicana llora a las más de cien víctimas fatales, incluyendo al propio Rubby Pérez, la voz de Cristóbal se alza como un testimonio de la fragilidad de la vida y la fuerza del instinto de supervivencia.
“Nadie pudo salir”, lamenta Cristóbal, con la certeza de haber sido un elegido por el destino. “Yo creo que salí porque estaba pegadito a la puerta. Dios me dio una segunda oportunidad”. Una segunda oportunidad para contar su historia, para honrar la memoria de quienes no corrieron con la misma suerte, y para recordarnos la imprevisibilidad de un destino que, en una noche de fiesta, decidió teñirse de luto y desesperación en el corazón del Jet Set.