La madrugada del 16 de marzo de 2025, una avalancha en el volcán Cotopaxi atrapó a aproximadamente treinta andinistas que intentaban alcanzar la cumbre.
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Dos de los andinistas que estuvieron en ese momento han publicado cómo vivieron esos instantes de pánico.
La publicación de Francisco Cobo se ha viralizado con miles de compartidos y comentarios.
“El clima no estuvo tan malo como en otras ocasiones. Hubo vientos, pero no lluvia, lo que nos permitió mantener un paso constante hasta Yana Sacha a las 05:00. Había muchas cordadas y, si bien el clima era aceptable, ya había mucha acumulación de nieve”, comenzó su relato.
“Luego de un pequeño descanso para afrontar el último y más empinado tramo hacia la cumbre, iniciamos el último esfuerzo. Eran ya las 05:30 de la madrugada. Seguía golpeándonos un viento algo fuerte con escarcha, pero nada del otro mundo. Sin embargo, la acumulación de nieve a unos 5.800 msnm era evidente. Delante de todos, había un grupo que subía como si se tratara de una carrera. Para cruzar esa acumulación de nieve, Lenin, nuestro líder de equipo, les dijo que no la atravesaran en diagonal, sino que la cruzaran de frente para evitar pisar la parte más expuesta. Sin embargo, uno de ellos respondió de manera prepotente: ‘¿Por qué no abres la ruta tú?’. Cruzaron en diagonal y, de repente... PUM, se escuchó un gran estruendo. Rompieron la placa y supe que se venía lo que todos más tememos: una avalancha”, describió el momento crítico.
“Solo pude oír el sonido de la avalancha y ver una ola blanca que venía hacia mí, arrastrando a mis otros compañeros. En ese instante, sí me aterré, pero solo me quedé de pie, enfrentándola, porque no había escapatoria. Sentí cómo me lanzó y, mientras me arrastraba y ganaba velocidad, percibía el peso de toda esa nieve que me sepultaba, me aplastaba y no me dejaba respirar. Sentí que ese era mi final y pensé: ‘Al menos es en mi Cotopaxi’. Creo que las cuerdas de varias cordadas se enredaron y nos frenaron, permitiendo que el material de nieve siguiera su cauce mientras quedábamos semi enterrados y colgados. Pude sacar la cabeza y respirar”, escribió Francisco.
Varias personas comenzaron a socorrerlos mientras llegaban los bomberos.
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Por su parte, Lenín, el líder del equipo, sufrió la fractura de varias costillas y también compartió su testimonio en Facebook, titulándolo: “El noble Cotopaxi nos perdonó la vida”.
“Había varias cordadas delante de nosotros dirigiéndose hacia la cumbre, estimo unas cinco. El resto estaban unos metros más arriba. Me preocupó que la ruta estaba completamente abierta en sentido lateral, a pesar de la acumulación de nieve y las condiciones apenas aceptables. Me acerqué a Pablo, quien ya había realizado un perfil de nieve, y confirmé que estábamos en una zona con riesgo de avalancha.
En ese momento, observé que la persona que iba abriendo ruta comenzó a hacer una travesía lateral. Le advertí que, dadas las condiciones, debía subir directamente. Su respuesta fue desafiante: ‘Entonces ven a abrirla tú’. Pregunté a Pablo quién era esa persona y me respondió: ‘No tengo idea’.
Mi preocupación aumentó. Intenté dar un paso, apoyé mi bastón y este se hundió totalmente, incluso con parte de mi brazo. No caí en desesperación, pero la angustia me invadió y tomé la decisión de descender", narró Lenín.
Sin embargo, la ladera colapsó.
“En una fracción de segundo, nos encontramos luchando por nuestras vidas. La avalancha nos arrastraba sin piedad. Fueron los minutos más interminables de mi vida: oscuridad, golpes, asfixia. Una de mis peores pesadillas se hacía realidad. Estábamos enfrentando la muerte, que podía llegar de varias formas dentro de esta monstruosa marea de nieve que nos aplastaba y nos estrellaba contra la montaña.
Dos veces sentí el vacío de una caída libre de unos diez metros. No sabía si era un abismo o una grieta. En cualquiera de los dos casos, me esperaba un destino fatal. Afortunadamente, no había grietas en nuestro estrepitoso descenso, pero sí desniveles fuertes que nos golpeaban con violencia contra el suelo. En la caída más alta, sentí claramente cómo se fracturaban varias de mis costillas.
Lo más desesperante era no poder respirar. La nieve me cegaba, obstruía mi nariz y mi boca. Estuve a punto de perder el conocimiento por asfixia. Solo pensaba en mi esposa, mis hijos, mi madre, mis hermanas y el dolor que esto les causaría. Qué manera tan horrible de morir, pensé.
Cuando ya estaba casi sin aire, súbitamente logré sacar un brazo y la cabeza. Tosí la nieve que me ahogaba y, con lo que consideré mi último aliento, respiré nuevamente.
Me giré hacia la montaña y vi a varias personas que aún eran arrastradas. El terror aún no terminaba: una segunda ola de nieve avanzaba a mayor velocidad sobre la primera que nos tenía atrapados.
Estaba completamente vulnerable, sin nada que pudiera hacer. Solo veía cómo se acercaba mi destino. Pero, de la nada, la avalancha perdió velocidad y todo quedó inmóvil en un silencio absoluto, como si el tiempo se hubiera detenido.
En ese momento indescriptible, comprendí que la montaña nos había perdonado la vida”.