“Siento una gran emoción que mi hijo haya logrado lo que no se ha logrado en este país y ver la alegría tan grande que ha provocado entre los ecuatorianos, es un orgullo y un honor que sea mi hijo», expresó Antonio Carapaz, de 60 años, en declaraciones a la AP durante un festejo que se realizó este fin de semana en la casa de los padres de la ‘Locomotora’ del Carchi.
Las lágrimas corrían por las mejillas de Antonio Carapaz y Ana Montenegro. Por televisión habían visto recién el despliegue de valentía y poder que permitió el sábado a su hijo ganar la medalla de oro en el ciclismo de ruta de los Juegos Olímpicos en Tokio
Los padres estallaron en gritos de alegría y nuevos abrazos en la soledad del campo, dentro de su humilde morada rural cerca de la población de El Carmelo. La cuna de Carapaz se ubica a 3.000 metros de altura, en la provincia de Carchi, cerca de la frontera con Colombia y 126 kilómetros al norte de la capital ecuatoriana.
En la mañana del sábado, cerca de 300 personas habían copado el patio de tierra de la vivienda de los Carapaz, donde también habían llegado la banda municipal y Cristian Benavides, alcalde de la ciudad de Tulcán, capital de Carchi.
Carapaz, de 28 años, se ha convertido en la nueva leyenda deportiva de Ecuador luego de ganar el Giro de Italia, el segundo puesto en la Vuelta a España, el tercer lugar en el Tour de Francia y ahora el oro olímpico.
Apenas la semana pasada, la madre del campeón lo vio subir en tercer lugar en el podio del Tour de Francia. Esta vez, en declaraciones a AP dijo: “me siento feliz y contenta al ver que mi hijo logró un triunfo que tal vez no lo esperábamos”.
Recordó al pequeño Richard, inquieto, jugando con su primera bicicleta sin llantas y sin asiento, la que rescató de la chatarra y con la cual comenzó hace cerca de 20 años sus sueños de ciclista en medio de la pobreza y la dura vida de campo, en los Andes ecuatorianos.
Los padres de Carapaz ofrecieron a los visitantes comida, como caldo de gallina, chuletas de cerdo fritas, queso con miel y productos de la tierra. La mayor parte degusta los platos, ofrecidos a módicos precios.
Ana Montenegro ríe cuando recuerda que, cuando era niño, Richard le pedía a su papá que sembrara espinacas, porque quería ser tan fuerte como Popeye el Marino.
Muchos visitantes quieren posar ante la destartalada primera bicicleta que permanece colgada bajo el alero de la casa, otros prefieren fotografiarse frente a la bandera de Ecuador, con un mágico paisaje formado por retazos de colores de los diferentes cultivos andinos a sus espaldas.
Con información de AP