Once días después de intensas protestas en Quito, este 14 de octubre de 2019, la capital ecuatoriana parecía apresurarse por recuperar la normalidad y oportunistas como los vendedores de mascarillas apuraban sus últimos cartuchos para redondear unas ventas que superan los 500 dólares de promedio.
«¡Mascarillas a 50 centavos (de dólar)!», gritaba uno de los ávidos comerciantes junto al emblemático parque de El Arbolito, en el centro de Quito, uno de los principales campos de batalla en semana y media de disturbios, donde llegaron a concentrarse 10.000 indígenas.
Si algo ha caracterizado las protestas que ha vivido la urbe durante todo este tiempo ha sido el humo: de color blanco si procedía de los gases lacrimógenos disparados por la Policía, o negro, que emanaba de los neumáticos quemados por los manifestantes. Tocado por una gorra de tela para evitar la intensa radiación solar a 2.800 metros de altitud, Marlon, 27 años y residente en el sur de Quito, trataba hoy de vender sus últimos remanentes de mascarillas sanitarias, después de que el Gobierno y la dirigencia indígena alcanzaran un acuerdo el domingo. Ha acudido a la zona todos los días de las manifestaciones y probablemente hoy será el último, pero no desaprovecha la ocasión porque aún hay mucha ceniza y polvo que barrer, lo que perjudica las vías respiratorias, además del hollín de edificios humeantes como el de la Contraloría, a pocos metros del parque, incendiado el sábado. «Las compro en la farmacia y cuestan unos cuatro dólares. En una caja vienen unas 50, con lo que saco entre 20 o 25», refiere a Efe el improvisado vendedor al que incluso hoy siguen comprando mucho. Sus últimos clientes son los numerosos equipos de limpieza y desescombro, integrados por voluntarios, efectivos de bomberos y del Municipio quiteño, estudiantes y ciudadanos de a pie que desde primera hora del día se afanan por barrer los ennegrecidos restos de los combates para borrar uno de los episodios de violencia más oscuros que ha registrado la capital en su historia reciente. Otros grupos recolocan, aunque sin el cemento que una vez tuvieron, los adoquines que en los últimos días fueron arrancados a palancazos para levantar con ellos barricadas, o servir de armas arrojadizas contra los efectivos de seguridad. Las protestas se iniciaron a raíz de un decreto adoptado por el Gobierno para eliminar el subsidio a las gasolinas, medida que se mantenía en vigor desde hacía cuatro décadas, y que según la solución de compromiso alcanzada entre las partes, quedará derogado. Padre de tres hijos y con una mujer que también está haciendo su agosto con las mascarillas, Marlon ha vendido guantes quirúrgicos, banderas, bandas de tela confeccionadas por él mismo para protegerse de los efectos del gas lacrimógeno y pimienta. «Es que como estábamos parados ahorita, había que ganarse unos centavitos», afirma este vecino con el característico empleo del diminutivo quiteño. Y lo ha logrado con creces, pues asegura que durante toda la crisis ha hecho más de 500 dólares gracias a compradores variopintos (el salario básico en Ecuador es de 394 dólares al mes). En su afán de vender a los que más lo necesitaban, no se ha limitado a quedarse en la retaguardia, sino que ha llegado a meterse en la primera línea de múltiples frentes donde jóvenes, indígenas y descontentos han podido adquirir ese preciado artículo cuando más lo necesitaban. «Ahí estaba metido adelante, los policías una vez me emboscaron, pero les dije que estaba vendiendo y me dejaron pasar», advierte como quien relata una batalla. Aunque en situaciones en las que ha habido gran carga policial de gases lacrimógenos, como las registradas sobre todo en el centro histórico, los alrededores de la Asamblea Nacional (Parlamento) y del parque de El Arbolito, pareciera que una simple máscara quirúrgica no pudiera ayudar, asegura que han sido vitales. «Hay muchas personas que le ponen acá dentro pañitos de vinagre, bicarbonato. Es mucho mejor y pueden estar en el gas ahí, aguantan mucho», comenta. A lo largo de estas protestas Efe ha comprobado en el casco histórico durante la gran movilización contra las medidas económicas del Gobierno el pasado miércoles, que en medio de intensos choques se vendían mascarillas a 10 y 25 centavos de dólar. Marlon sostiene que ha «arriesgado hasta la vida» por vender y que ha visto las bombas pasar y a muertos y heridos «por estar en el frente». Aunque el negocio toca a su fin, se muestra contento de que llegue la paz, «dios ha escuchado nuestras oraciones», concluye antes de retornar a la venta ambulante de uno de los artículos que más serán recordados de esta crisis. EFE