«En nuestra familia respetamos, valoramos y acompañamos los deseos y el derecho de permanecer en paz de mi hermana menor», explicó Sebastián Marroquín -antes Juan Pablo Escobar– cuando le preguntaron por la elección de su hermana Manuela de mantenerse alejada del escrutinio público. De hecho, hasta la publicación de las imágenes de GENTE, solo había un registro fotográfico de Manuela posterior a la muerte de su padre, el capo narco Pablo Escobar.
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José Alejandro Castaño, autor de «Cierra los ojos, princesa», el único libro editado dedicado a ella, asegura que «su propia hija, su princesa, fue la última víctima de Pablo Escobar». El periodista, que convivió con la familia durante veinte días en Buenos Aires, suele definirla como melancólica, característica que quedó plasmada en su personalidad luego de la muerte de su padre.
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A diferencia de su hermano que tenía 16 años cuando su padre fue abatido, a Manuela le tocó sufrir esa pérdida con tan solo 9. Nueve años en los que pasó de ser una princesa, a verse involucrada en distintas situaciones límites. Cuenta la leyenda que su padre utilizó siempre su particular ingenio para que la pequeña princesa asimilara estas situaciones violentas y extremas como aventuras infantiles. Manuela sabía lo que era escapar con su familia y le resultaba un juego fascinante. En más de una ocasión, en los escondites que la familia usaba para escapar del Bloque de Búsqueda, Escobar le pintaba bigotes de ratita en la cara y le contaba que eran ratones que debían despistar a los gatos que acechaban.
Pero con la muerte del temido Escobar, ese muro de contención quedó destruido. «El drama para Manuela comienza cuando el padre muere y ella no tiene manera de agarrarse a la realidad, era demasiado pequeña para comprender», afirma Castaño.
En ese momento María Victoria Henao -hoy María Isabel Santos Caballero- y sus hijos inician una odisea para conseguir refugio lejos de Colombia, donde vivían amenazados. En Estados Unidos y Alemania les niegan la entrada, vuelven a Colombia donde la pequeña, aún en shock, duerme con un mechón de la barba de su padre debajo de la almohada y una de sus remeras como pijama. Finalmente consiguen asilo en la Argentina y cambian de identidad. Todo es demasiado para la hija consentida del que fue el hombre más rico del mundo.
Según Castaño, ya en Buenos Aires Manuela dormía muchas noches bajo la cama, una de las manías que le había quedado de la época de ocultamiento. «Pero hay una escena aún más conmovedora, ante el cambio de milenio, en su colegio los profesores proponen que los alumnos elijan a los protagonistas del Siglo XX. Unos alumnos optan por Einstein, otros por Hitler, Manuela elige a Chaplin. Un compañero se decide por Escobar, el narcotraficante del siglo XX. Ella escucha en silencio el retrato de su padre, nadie adivina que justo ahí está la hija», relata Castaño en su libro.
En 1999 detienen a su madre y hermano acusados de lavado de dinero y falsificación de documentos, y la nueva identidad de la familia sale a la luz. Manuela -ya Juana Manuela Marroquín- cae en una depresión espantosa. Abandona el colegio y continúa sus estudios con clases particulares en su casa. Cuando su madre y su hermano recuperan la libertad buscan ayuda psicológica para Manuela, pero las historias ficticias que ideaban para no revelar su identidad obturan la evolución de cualquier trabajo terapéutico.
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En el 2006 la familia aceptó la propuesta de Castaño de convivir con ellos en Buenos Aires pero «Manuela nunca apareció, siempre se acababa de ir o no había llegado. Yo estaba con Sebastián, su esposa y su madre. Cuando iba a ciertos lugares de la casa y veía objetos de ella, todo me parecía lúgubre y triste», explicó el periodista en una entrevista. Incapaz de rehacer su vida, Manuela incluso habría intentado suicidarse.
Hoy la familia vive una nueva embestida. A fines de septiembre de 2017 se destapó otra causa por lavado de activos. Los investigadores creen que María Isabel Santos Caballero y su hijo, Sebastián Marroquín, serían el nexo entre el abogado argentino Mateo Corvo Dolcet y el narcotraficante colombiano José Bayron Piedrahita Ceballos, uno de los principales inversionistas del proyecto inmobiliario que encabezaba el letrado. Manuela no figura en la acusación.
GENTE intentó obtener la palabra de la familia pero el personal de seguridad del edificio en el que viven en el barrio de Palermo lo impidió.