La sangre de los inmigrantes africanos que llegan a Canarias está contaminada por vanadio a niveles desconocidos en occidente y por trazas de cobalto, arsénico o níquel, un rastro de la basura tecnológica que el primer mundo envía a África.
Un reciente informe del Banco Mundial pone de relieve que cualquier instituto de Secundaria del primer mundo tiene más ordenadores de los que pueden reunir todos los hogares juntos de una sola ciudad importante de Sierra Leona o Guinea Bissau.
¿Cómo es posible entonces que las concentraciones en sangre de metales tóxicos presentes en la alta tecnología estén al nivel del mundo rico o, incluso, como ocurre con el vanadio, en cotas solo observadas entre los obreros de una factoría austríaca de ese metal?
Esta una de las paradojas que diez investigadores de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (ULPG) y el Hospital Insular de esta localidad se propusieron abordar en un estudio que publica la revista Environmental Pollution sobre los metales tóxicos que se encuentran en la sangre de los inmigrantes africanos llegados en los últimos años en patera a este archipiélago español en el Atlántico.
A falta de estudios realizados en los propios países de origen, los científicos de estas dos instituciones analizaron para ello la sangre de 245 inmigrantes de 16 países del continente que se prestaron voluntarios a colaborar con esta investigación en los dos meses siguientes a su llegada a las islas, en su mayoría hombres (203 frente a 42), de entre 15 y 45 años y con aparente buena salud.
Los análisis de laboratorio detectaron que tres elementos concretos (aluminio, arsénico y vanadio) estaban en la sangre del cien por cien de los sujetos del estudio, procedieran del país que procedieran, y que otros metales, como el cromo, el mercurio y el plomo, podían encontrarse en más del 90 por ciento de los casos.
Los autores del trabajo, cuyo primer firmante es Luis Alberto Henríquez-Hernández, del Instituto de Investigaciones Biomédicas de la ULPGC, remarcan que el elemento con concentraciones más elevadas en la sangre de estos jóvenes africanos es el aluminio.
Estaba presente en sus cuerpos a niveles diez o quince veces superiores a los de los países desarrollados, lo que atribuyen a la gran cantidad de cacharros de ese metal que se utiliza en África para cocinar.
El siguiente es el plomo, encontrado en la mitad de los candidatos a niveles muy superiores a los que puede presentar un estadounidense, un japonés o un europeo, algo que relacionan con la falta de control de la cañerías de plomo y de las pinturas obsoletas.
El resto de los 12 metales examinados en este estudio guardan relación de un modo u otro con componentes de móviles, ordenadores, tabletas, circuitos de electrodomésticos… y están en la sangre de los africanos a niveles comparables a los de cualquier país del primer mundo, con la salvedad del vanadio, hallado en dosis muy superiores.
Y sin embargo, la penetración de esas tecnologías en el continente es muy inferior a la de Norteamérica, la UE o Japón.
Los firmantes del artículo no tienen dudas respecto a qué se debe todo ello: se calcula, dicen, que el 80 % de la «basura tecnológica» que genera el primer mundo se envía a África, tanto para abastecer el comercio de estos productos con modelos de segunda mano, muchas veces obsoletos y de vida muy corta, como para nutrir cadenas de reciclaje ilegales.
El trabajo apoya esa afirmación en varios datos estadísticos: los 16 países examinados están entre los más pobres del mundo, pero las concentraciones de esos metales son más altas entre los inmigrantes procedentes de naciones con más PIB, con más teléfonos por 100 habitantes, con más usuarios de internet y, sobre todo, con mayor volumen de importación de dispositivos electrónicos de segunda mano.
Los autores remarcan otro hecho: África puede estar atrasada respecto al resto del mundo en líneas telefónicas fijas, pero el uso del móvil se ha disparado en sus países en los últimos años, tanto las ciudades como las zonas rurales, hasta el punto de que muchos estados han alcanzado el paradigma de «un ciudadano, un móvil».
Eso sí, el 97 % de los teléfonos celulares del continente son de segunda mano.
Por todo ello recomiendan hacer un mayor seguimiento de este tipo de contaminantes, porque «algunos de esos elementos comportan un enorme riesgo, sobre todo para los niños», y porque «el manejo inadecuado de los residuos tecnológicos en esos países puede producir un aumento generalizado de la presencia mundial de esos contaminantes». EFE