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El diablo encarnado revela secretos de fachadas y muros de Quito

Con diabólica carcajada, picaresca mirada y sobre una tarima frente a la iglesia de la Compañía, un actor que encarna a Mefistófeles reclama protagonismo en las leyendas que arropan la construcción de la capital ecuatoriana, Quito, cuyos muros y fachadas coloniales guardan secretos tallados en piedra.

«La gente dice que yo conozco cada uno de los rincones de Quito. Eso es mentira. Yo ayudé a construir esta ciudad, por eso mi cara, mi rostro está en todas partes», asegura un artista ecuatoriano que interpreta a lucifer en un programa que impulsa el Ayuntamiento para difundir la cultura que alberga el centro colonial en cada rincón.

Ese Belcebú es uno de los 14 personajes que explicarán el próximo sábado a los transeúntes aspectos de los monumentos del centro histórico de Quito, catalogado Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco.

A la par, se proyectarán en las blancas paredes exteriores de las iglesias los dibujos que realizarán cuatro ilustradores al son de las historias con las que igual número de narradores llevarán al público a un viaje de historia y leyendas.

«Esta ciudad, Quito está llena de piedras que hablan», aseguró el intérprete de satanás como abre boca para explicar la fachada de la Compañía, tallada en piedra, y cuyo estilo barroco dificulta reparar en detalles, una «ingratitud» que subsanó el actor del diablillo con una alegre narración que despertó prolijas miradas de transeúntes.

Algo más allá, en la icónica plaza de San Francisco, espera una beata de falda larga, mantilla y rosario. Emulando a una anciana, de aquellas a las que antaño todo sonaba a pecado mortal, la actriz interactúa con los visitantes a los que reprocha la «vida ligera» de los días que corren, y les cuenta leyendas e historias.

Les dice, por ejemplo, que la plaza fue antiguamente un mercado y se deshace en detalles sobre la leyenda de Cantuña, aquel indígena que se gastó en licor el dinero que le dieron para construir el complejo. Desesperado, al ver cerca el plazo de entrega de obra, hace un pacto con el diablo.

Cantuña acepta entregar su alma a Lucifer si termina la obra para el día siguiente. Miles de diablillos trabajan toda la noche y los quiteños amanecen con la imponente obra terminada. A la hora de saldar cuentas, el indígena esconde una piedra, lo que deja inconclusa la construcción y a Belcebú sin el alma del indígena.

Una de las más grandes de Quito, la Plaza de San Francisco es una planicie de piedra volcánica en la que está la iglesia y el convento del mismo nombre, que enmarcan uno de los complejos arquitectónicos más imponentes de América. Fue construido en 1550 y, desde entonces, sus campanarios gemelos son una de las postales de la ciudad.

Con teatral voz, la beata, del grupo Quito Eterno, deshoja la historia del monumento, habla de su arquitectura, sus obras de arte, menciona a los artistas de la época, describe a la gente de antaño, y todo en un constante interactuar con el público, al que mantiene cautivo con su relato.

La ruta «Miradas a través de las piedras», presentada hoy a la prensa, se abrirá el sábado a un público que podrá recorrer el teatro Sucre, las iglesias de San Agustín, El Sagrario, La Compañía, San Francisco, Santo Domingo y la Catedral, todos ejemplares monumentos del centro de la ciudad, cargado de historia y leyendas.

Encorvada, la beata detiene su caminar de pasos pequeños pero ligeros para decir a los transeúntes que no miren al diablo que está por la plaza de San Francisco. Sí, el mismo que quiso el alma de Cantuña.

A sus ocho años, Kevin, un niño que rompió la ordenada fila de compañeros de escuela que recorrían el atrio de San Francisco, escuchaba el teatral relato de la beata apretando con fuerza su libro de apuntes, que arrugó cuando ella aconsejó no mirar al diablo.

Tímido, Kevin dijo a Efe que, aunque sabía que era una leyenda, se asustó porque hablaba del diablo.

Quito «es lindo porque es una ciudad hermosa», agregó Kevin al asegurar que lo que más le gusta es la plaza de San Francisco «porque fue la primerita que se vio en cualquier historia».

Aunque sabe lo que son las leyendas, le asustan «más o menos», dijo, y, curioso como todo niño, fue a buscar el sitio donde falta la piedra de la leyenda de Cantuña y lo encontró.

Al preguntarle si quiso colocar una piedra en el hueco, el niño negó. «¿Por qué?», le preguntan de nuevo. «Porque después se me vaya a llevar el alma el diablo», confesó entre asustado y risueño. EFE

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