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Mujeres construyen su propia “ciudad” en Colombia

Todas tuvieron que dejar sus lugares de origen por la violencia, el conflicto de más de 50 años que azota a Colombia, en el que la confrontación entre guerrillas de izquierda, paramilitares de derecha y fuerzas del Estado ha dejado más de 220.000 muertos y más de seis millones de desplazados, según cifras oficiales.

Las casas de ladrillo gris se erigen a lo largo de estrechas callecitas decoradas con flores y árboles, aquí en el municipio de Turbaco, unos 20 kilómetros al sur de la muy turística y a la vez muy pobre Cartagena.

Estas casas son el orgullo de sus dueñas, sus constructoras, las habitantes de este barrio que es para ellas su ciudad, la Ciudad de las Mujeres.
«Nos capacitamos en autoconstrucción, en figurar hierro y nosotras mismas trabajamos nuestras viviendas», le dice a BBC Mundo Everlides Almanza, de 59 años. «Nos pusieron dificultades, que no éramos capaces, pero les probamos que sí éramos capaces y estas casas fueron hechas por nosotras».
La vida de Everlides, como la de todas las mujeres de la LMD, ha estado marcada por la violencia.

Perdió a su padre, asesinado cuando ella tenía nueve años. Luego mataron a dos de sus primos; más tarde a un sobrino.
 

Everlides es una sobreviviente, como todas las mujeres de la LMD.

«Todas las mujeres de la organización habían sufrido de alguna forma un abuso sexual», afirma Patricia Guerrero, una aguerrida abogada que creció en Bogotá pero más tarde se mudó a Cartagena, donde conoció a algunas de las primeras mujeres que luego conformaron la LMD.
«Muchas han sido violadas, otras incluso habían sido abusadas y quedaron preñadas a raíz de esas violaciones, otras nunca pudieron volver a tener hijos, otras nunca pudieron volver a tener relaciones sexuales armoniosas ni agradables, ni gozosas; la guerra arrasó con la sexualidad de las mujeres».
Cuando conoció a las primeras de ellas, hace unos 16 años, vivían en condiciones paupérrimas en barrios de miseria en Cartagena, a los que habían llegado desplazadas, en muchos casos junto a sus familias.
Las ayudó a organizarse, encontró un lote de tierra para construir sus casas, su ciudad, y buscó fuera de Colombia los fondos para edificarlas; consiguió dinero del Congreso de EE.UU., del programa de ayuda exterior de EE.UU. USAID y de la cooperación española.

Recibieron amenazas, el centro comunitario que erigieron fue incendiado (lo reconstruyeron), para intimidarlas arrojaron cadáveres en los pedazos de tierra que cultivaban y el compañero de una de las mujeres fue asesinado mientras cuidaba la fábrica de los ladrillos grises con los que levantaban las paredes de sus casas.

Con todo, el tener sus propios hogares, construidos con sus propias manos ha sido para ellas una bendición.

La casa de Celestina Mosquera Andrade está pintada por fuera de un rosa brillante y por dentro, también brillante, de verde. Parece una celebración del cambio de vida que implicó haber conseguido tener este espacio.

Mientras almuerza, me cuenta: «Fue un cambio, una transformación impresionante porque, imagínese, vivíamos allá en piso de barro, plástico, nos inundábamos cada vez que había invierno (época de lluvias), agua aquí (se señala arriba de las rodillas), perdíamos las cositas; vea qué cambio hay, que diferencia; ¡cuándo he vivido yo así!».

Con su voz suave, dice con firmeza: «Ya no somos ya víctimas de desplazamiento forzado, sino que ya vamos a ser quizás unas mujeres que vamos a cambiar ese momento, unas mujeres políticas, para surgir, para de pronto llegar a un concejo o por qué no estar ocupando puestos en la alcaldía».

Información de: BBC MUNDO

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