SYDNEY — Se reúnen bajo un sol abrasador y un cielo azul en una playa australiana y miran hacia un mar que alguna vez fue símbolo de tanta miseria: viajes aterradores en embarcaciones precarias, con enfermedades y muerte, y la sensación constante de que en cualquier momento se acabaría todo. Hoy, sin embargo, el mar asoma como una insospechada herramienta terapéutica.
Cinco personas que buscan asilo participan en un novedoso programa a partir del cual se trata de aprovechar el surf para que estas personas no sigan asociando el mar con cosas negativas y ayudarlos a olvidar los sufrimientos del pasado.
«Sabemos que meterse en el agua y hacer surf hace que la gente se sienta bien», expresó Bernda Miley, directora de la escuela de surf de la empresa Let’s Go Surfing, que ofrece las clases. «Todos salen ganando, los ayuda a recuperar la confianza, aprenden cosas, se mezclan con la gente de la zona».
Abundan las sonrisas nerviosas cuando los hombres ingresan al local de Let’s Go en la famosa playa Bondi Beach. Adentro, los instructores Conrad Pattinson y Will Bigelow les muestran cómo enfundarse los trajes de neopreno.
Amin, un iraní que busca asilo, se acomoda el traje y apura a los demás miembros del programa Surfing Without Borders (Surf Sin Fronteras). Confiesa que siente una mezcla de entusiasmo y ansiedad.
Igual que miles de personas que llegaron a Australia en los últimos años en busca de asilo, vivió una verdadera odisea marítima que comenzó en Indonesia, donde traficantes llenan de gente embarcaciones vetustas que a menudo sufren fallas o se hunden. Quienes sobreviven a la travesía generalmente quedan traumatizados por la experiencia.
El viaje, durante el cual se sintió constantemente enfermo, le dejó muy malos recuerdos, que hoy trata de enterrar.
En la playa, Pattinson y Bigelow les explican a los refugiados cómo funcionan las corrientes y los secretos de la tabla de surf.
«No vamos a correr riesgos y vamos a montar muchas olas», dice Bigelow.
Amín mira el agua azul y las olas cada vez más fuertes. Pregunta qué tan lejos se van a aventurar. «No muy profundo», responde Bigelow.
Los hombres practican cómo pararse con las tablas todavía en la arena. Pattinson les advierte que si no hacen las cosas bien, perderán el equilibrio y sus brazos terminarán dando vueltas como un helicóptero para evitar la caída, lo cual provoca sonrisas en todos.
Finalmente, llega el momento de meterse en el agua. Los instructores les muestran a los alumnos cómo acomodar las tablas. Cuando Amín está listo, Pattinson lo empuja para que aproveche la primera ola.
Amín se apoya con las manos en la tabla, se acuclilla y… se cae al agua.
Vuelve a montarse en la tabla y rema hacia adentro, decidido a intentarlo de nuevo.
Alentados por los instructores, los estudiantes prueban una y otra vez, junto con otros aprendices. No hay distinciones entre ellos. Son todos principiantes que dan sus primeros pasos junto a gente de la zona.
Se caen una y otra vez y se ríen.
Eso es exactamente lo que busca el personal de Settlement Services International, una organización sin fines de lucro que ayuda a las personas que buscan asilo. Saben que sus clientes están traumatizados por las experiencias que vivieron en el mar y también preocupados por la incertidumbre que los espera en sus nuevos países.
Sandra Oehman, surfista que trabaja para esa organización, dice que estudió la terapia marina, que ha sido usada para ayudar a personas que han sufrido todo tipo de traumas, desde víctimas de violaciones hasta veteranos de guerra. Muchos hallan que estar en el agua y concentrarse en navegar una ola les da una sensación de calma que los ayuda a despejar la mente. Oehman pensó que tal vez eso podía serle útil a los refugiados.
Su jefe, Robert Shipton, opinó que era una gran idea. ¿Qué mejor que hacer surfing, una actividad típicamente australiana, para ayudar a la gente a insertarse en la sociedad?
Conscientes de que el mar puede inspirar temores en los refugiados, hacen las cosas de forma gradual. Primero les piden que se metan hasta la cintura, para luego ayudarlos a empujar sus tablas, lentamente, tratando de alejar todos los temores.
La técnica está funcionando y aproximadamente una docena de refugiados que tomaron las clases se enamoraron del deporte y surfean ahora por su cuenta, usando tablas donadas por la gente de la zona y por la escuela de surf.
«Nos dimos cuenta de que cuando le damos a la gente espacio para estar en el agua, todos sus temores relacionados con el agua se disipan rápidamente», expresó Shipton. «Ahora no ven la hora de volver al agua y de hacer surf».
Danny, un iraní que fue parte del primer grupo piloto, dice que el surf lo ayuda a olvidarse de todas las penurias vividas.
«Es algo muy distinto a lo que viví en el mar», cuenta Danny, quien, al igual que otros estudiantes, pidieron que no se usase sus nombres completos para protegerse a sí mismos y a sus familiares en sus países de origen. «Ya no siento los temores asociados con el mar. Me siento libre en el agua, feliz».
De nuevo en la playa, Kumar, de Sri Lanka, salta desde su tabla después de llegar a la orilla montado en una ola. No cabe en sí de alegría. Era pescador en su país y pasaba mucho tiempo en el agua. Pero nunca vivió nada parecido.
«Jamás me olvidaré de esto. Jamás», asegura.
Ya cerca del final de la sesión, Amín se para en su tabla y por primera vez logra llegar a la orilla de pie. Se lo ve dichoso. El viaje en barco es un lejano recuerdo.
«Me jugué», dice al hablar del viaje. «Y gané. Fui más fuerte que el océano».
Luego alza su tabla y vuelve al mar.