Las cejas protegen los ojos del sol, la lluvia y el polvo. Sin embargo, la capacidad de levantarlas como signo de desconfianza, fruncirlas para infundir miedo o moverlas con simpatía podría haber otorgado a la especie humana una ventaja evolutiva muy significativa, según un estudio que un grupo de antropólogos de Reino Unido publicaron este 9 de abril en la revista Nature Ecology & Evolution.
Esos investigadores de la Universidad de York consideran que los pronunciados y distintivos arcos superciliares —los rebordes óseos bajo el hueso frontal— y las abultadas cejas que caracterizaron a los primeros homínidos marcaron un rasgo de dominio físico y, a medida que el rostro humano se hizo más pequeño y plano, las cejas como hoy las conocemos permitieron ofrecer una gama de emociones mayor.
«Cambiamos el dominio o la agresión por una paleta de expresiones más amplia. Los músculos de la cara podían mover las cejas hacia arriba y hacia abajo y expresar los sentimientos más sutiles», señala Paul O’Higgins, profesor de Anatomía y autor principal de este análisis.
Dominio social
Algunas teorías consideran que la frente y las cejas tan distintivas en nuestros ancestros servían de refuerzo estructural a sus rostros con el fin de soportar el estrés y la presión durante la masticación.
Sin embargo, estos especialistas diseñaron un modelo 3D del cráneo fosilizado de un humano arcaico conocido como ‘Homo heidelbergensis’ y descubrieron que esa característica no ofrecía ninguna ventaja o función en particular.
«Eso significa que los arcos de las cejas en los humanos arcaicos deben haber tenido una función social, muy probablemente utilizada para mostrar el dominio, como se ve en otros primates», explica en un artículo Penny Spikins, coautora del trabjo.