Te propongo un juego: la próxima vez que estés sentado con un grupo de amigos o en una cita, cuenta el tiempo que pasa antes de que alguien tome su teléfono para revisarlo. ¿Cuánto tardas tú?
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Sin importar quién seas, es casi imposible lograr que alguien se separe de sus juguetes móviles (más duro aún: ¿tus amigos o tu pareja parecen más interesados en sus teléfonos que en ti?).
El problema de mirar nuestros dispositivos sin cesar es tanto social como fisiológico. La cabeza del ser humano promedio pesa entre 4,5 y 5,5 kilos y, cuando la inclinamos para revisar Facebook, la fuerza gravitacional y la carga en el cuello aumentan hasta una presión de casi 27 kilos. Si esa posición es continua, ocasiona una pérdida progresiva de la curva cervical de la columna vertebral.
El síndrome del “cuello de texto” se está convirtiendo en un problema médico que un sinnúmero de personas está padeciendo, pero la forma en la que dejamos colgar la cabeza también representa otros riesgos para la salud, según un artículo publicado el año pasado en la revista The Spine Journal.
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Está demostrado que la postura influye en el estado de ánimo, la conducta y la memoria, y que encorvarse con frecuencia puede hacer que nos sintamos deprimidos, según el Centro Nacional para la Información Biotecnológica. Nuestra postura influye tanto en la cantidad de energía de la que disponemos como en el desarrollo óseo y muscular, e incluso en la cantidad de oxígeno que reciben nuestros pulmones. Nuestro lenguaje corporal está relacionado con la percepción de debilidad y poder: todo eso es real.
Y la solución puede ser ridículamente sencilla: siéntate derecho.
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Los psicólogos sociales como Amy Cuddy aseguran que incluso estar de pie con una postura que refleja seguridad, con la cabeza levantada y los hombros echados hacia atrás, puede elevar el flujo de testosterona y cortisol al cerebro y evitar así gran parte de los problemas mencionados. De modo que, ¿por qué no prestamos atención a estas señales? Podría ser simple negación.
Los expertos afirman que la conducta de estar “siempre conectado”, a la que contribuyen los teléfonos inteligentes, hace que nos alejemos de la realidad. Y además de las consecuencias en nuestra salud, si nos mantenemos con la cabeza gacha, nuestras habilidades comunicativas y buenos modales también se verán afectados. Pero, irónicamente, no es así como la mayoría de nosotros nos percibimos.
“Creemos que de alguna manera esta conducta antisocial no nos afectará en particular”, dijo Niobe Way, profesora de Psicología Aplicada en la Universidad de Nueva York. Way estudia la influencia de la tecnología en el desarrollo adolescente.
Dijo que estas interacciones con la cabeza gacha nos alejan del presente sin importar a qué grupo pertenezcamos. Y no se trata de un problema que solo atañe a la juventud: está arraigado, es aprendido, emulado y repetido en gran parte imitando a los adultos. Cuando los niños ven a sus padres con la cabeza agachada, imitan esa acción. En consecuencia, hay una pérdida de pistas no verbales que puede mermar el desarrollo.
“Cada vez sucede con más frecuencia que dejamos de hablar con nuestros niños”, comentó Way. “Los ponemos frente a la tecnología cuando son pequeños y cuando somos mayores, quedamos absortos en ella”.
La experta, agregó: “Pensamos: ‘De alguna manera, mis hijos sabrán distinguir entre una interacción buena y una mala; serán empáticos’. Pero cuando subo a la habitación de mi hijo y veo a siete adolescentes mirando sus teléfonos, sin que ninguno pronuncie una palabra, en ese momento hay una desconexión en todos los niveles. El problema no es Facebook, sino cómo lo usamos”.
Un estudio de 2010 demostró que los adolescentes entre los ocho y los 18 años pasaban más de 7,5 horas al día consumiendo medios digitales. Desde entonces, nuestras adicciones digitales han continuado definiendo nuestra vida en ciertas formas: en 2015, el Centro de Investigaciones Pew reportó que el 24 por ciento de los adolescentes están en línea “casi de manera permanente”.
Los adultos están en la misma situación: de acuerdo con el Reporte de Audiencia Total de Nielsen del año pasado, la mayoría de los adultos pasa diez horas al día o más consumiendo medios electrónicos.
El Consejo de Seguridad Nacional reporta que el uso del teléfono celular aumenta más que conducir en estado de ebriedad la probabilidad de que los conductores tengan un accidente, pues causa 1,6 millones de choques al año en Estados Unidos, la mayoría de los cuales son ocasionados por jóvenes entre los 18 y los 20 años. Uno de cada cuatro accidentes en Estados Unidos se debe al envío de mensajes de texto.
“Los dispositivos móviles son la madre de la ceguera por falta de atención”, dijo Henry Alford, autor de Would It Kill You to Stop Doing That: A Modern Guide to Manners. “Ese es el estado de la inconsciencia monomaniaca que se presenta cuando estás absorto en una actividad que te excluye de todo tu entorno”.
La científica social Sherry Turkle analizó treinta años de interacciones familiares en su libro Alone Together: Why We Expect More From Technology and Less From Each Other. Descubrió que los niños ahora compiten con los dispositivos de sus padres para obtener atención y, en consecuencia, tenemos una generación temerosa ante la espontaneidad de una llamada telefónica o la interacción frente a frente. Al parecer, hoy en día el contacto visual es opcional, sugirió Turkle, y la sobrecarga sensorial a menudo puede significar que nuestros sentimientos estén constantemente anestesiados.
Investigadores de la Universidad de Míchigan aseguran que los niveles de empatía se han desplomado mientras que el narcisismo se ha disparado, lo que afecta el desarrollo emocional, la confianza y la salud cada vez que pegamos la barbilla al pecho y colgamos la cabeza como avestruces humanas.
Dicho lo anterior: es muy probable que estés leyendo esto en un celular justo ahora. ¡Y está bien! (siempre que no estés conduciendo). Nuestra labor no es obligarte a deshacerte de tu iPhone y abandonar los medios digitales. Sin embargo, como sucede con muchas adicciones, reconocer el problema es el primer paso del tratamiento. Y, por fortuna, la solución no es el rechazo a la tecnología, sino favorecer la conversación, según lo que recomienda Turkle.
La respuesta más sencilla para todos nosotros es bíblica: trata a los demás… y hazlo sin tener el teléfono pegado a la mano. La próxima vez que estés en una fila para pagar o detenido en un semáforo, mira a tu alrededor. ¿Cuántas personas están realmente contigo?
“Los humanos de verdad, de carne y hueso, son prioridad”, increpó Martin. “Ignorar a las personas con las que estás es grosero, ya sea que los ignores a causa de tus amigos virtuales o lejanos”.
Alford describió el problema como la “inconsciencia monomaniaca” de estar absorto en una actividad que nos excluye del resto del mundo.
“Tratar a la persona que está frente a ti como si fuese secundaria a tu teléfono, es por lo general, en voz de los niños, una microagresión”, dijo.
Los jóvenes y los mayores, todos conformamos una generación de casos de prueba, literalmente. Están cambiando las reglas de etiqueta, los buenos modales, el lenguaje corporal y la forma en la que respondemos, interactuamos e incluso miramos. Nos estamos perdiendo de toda una vida que ocurre a solo 90 grados por encima de nuestro teléfono. Comienza a levantar la vista.
“Nunca seas el primero del grupo en sacar su teléfono”, sugirió Alford. “No seas el paciente cero”.
Con información de El Espectador