Estilo de Vida

Por qué parece que el tiempo pasa volando… o que nunca pasa

Nadie nace con un sentido innato del tiempo, y los bebés tienen que aprender a sincronizar y coordinar su comportamiento con el del resto del mundo.

Hasta ese momento, exigen atención a todas horas del día y de la noche, lo cual pone patas arriba el horario de sus padres.

Asimismo, un viaje puede causar desorientación y alterar a cualquiera, en especial si se encuentra de visita en un sitio en el que el tiempo está organizado de una manera muy diferente de la que está acostumbrado (como pasa en algunos lugares donde se duerme siesta).

No obstante, todos –incluidos los bebés– somos capaces de acabar ajustándonos mediante la adaptación a un sistema estándar de unidades temporales formado por los minutos, las horas y los días de la semana.

A pesar de la eficacia de este sistema, sigue existiendo una gran diferencia en cómo percibimos el paso del tiempo, es decir, lo deprisa o lo despacio que parece que este transcurre.

Puede que, cuando estamos esperando que un semáforo se ponga en verde, nos dé la sensación de que unos pocos minutos duran “una eternidad”, o que nos quedemos de piedra al darnos cuenta de que el año casi ha llegado a su fin.

Las diferencias en cómo percibimos el paso del tiempo han sido mi objeto de estudio durante más de 30 años. El tema me fascinó cuando hacía el doctorado en la Universidad de Illinois.

Un día, en clase, el profesor nos mostró una entrevista con un quarterback de la liga de fútbol americano que explicaba que, durante los partidos, muchas veces tenía la sensación de que los otros jugadores se movían a cámara lenta.

¿Por qué se produce esta distorsión? ¿Qué la provoca?

Cuando el tiempo se arrastra: una paradoja

He recopilado cientos de historias de personas de todo tipo que han descrito situaciones en las que parece que el tiempo pasa lentamente. Las circunstancias son de lo más diversas, pero se pueden clasificar en seis categorías generales.

En primer lugar, está el sufrimiento intenso, como la tortura, o el placer intenso, como el éxtasis sexual. (El tiempo no siempre vuela cuando lo estás pasando bien).

Luego vienen la violencia y el peligro. Los soldados, por ejemplo, suelen contar que, en el combate, el tiempo se ralentiza. La espera y el aburrimiento posiblemente sean las más conocidas.

El aislamiento en la cárcel es su versión extrema, pero trabajar de dependiente detrás de un mostrador y no tener clientes puede causar el mismo efecto.

Según dice mucha gente, encontrarse en un estado alterado de conciencia –como las experiencias inducidas por drogas como el LSD, la mescalina o el peyote– también hace que parezca que el tiempo se desacelera.

Después tenemos los altos niveles de concentración y la meditación, que pueden influir en el paso subjetivo del tiempo. Por ejemplo, hay atletas que tienen la sensación de que este pasa despacio cuando están enfrascados en el ejercicio. También los meditadores expertos son capaces de producir efectos semejantes.

Por último, están la conmoción y la novedad. Un ejemplo es que, a veces, nos parece que el paso del tiempo se ralentiza cuando estamos haciendo algo nuevo, como aprendiendo una técnica difícil o pasando unas vacaciones en un lugar exótico.

Así pues, paradójicamente, percibimos que el tiempo transcurre despacio en situaciones en las que no está sucediendo casi nada o están pasando muchas cosas; en otras palabras, cuando la complejidad de la situación es mucho mayor o mucho menor de lo normal.

Experiencias más “densas” que otras

¿Qué podría explicar esta paradoja?

Desde el punto de vista de un reloj o de un calendario, todas las unidades temporales estándar son exactamente iguales. Cada minuto contiene 60 segundos, y cada día contiene 24 horas. Sin embargo, estas unidades normalizadas varían en función de lo que he bautizado como “la densidad de la experiencia humana”, o el volumen de información objetiva y subjetiva del que son portadoras.

Por ejemplo, la densidad de la experiencia es alta cuando, objetivamente, están pasando muchas cosas (como en el caso del combate). Asimismo, puede ser igualmente elevada cuando no está pasando casi nada (como en el caso del aislamiento), porque ese periodo de tiempo en apariencia “vacío” en realidad está lleno de nuestra inmersión subjetiva en nosotros mismos y en la situación: estamos concentrados en nuestras acciones o en lo que nos rodea, pensando en lo agobiantes que son nuestras circunstancias o incluso obsesionados con lo despacio que parece que pasa el tiempo.

Por consiguiente, la respuesta a esta paradoja reside en lo desacostumbradas que son nuestras circunstancias. Prestamos más atención a las circunstancias extrañas, lo cual amplifica la densidad de la experiencia por unidad temporal estándar, y el tiempo, a su vez, parece transcurrir lentamente.

Cómo vuela el tiempo

La consecuencia, entonces, es que parece que el tiempo pasa deprisa cuando la densidad de la experiencia por unidad temporal estándar es inusualmente baja.

Esta “compresión del tiempo” es un fenómeno que sucede cuando rememoramos el pasado inmediato o lejano. Hay dos condiciones generales que pueden comprimir nuestra percepción del tiempo.

En primer lugar, están las tareas rutinarias. Cuando las estamos aprendiendo, requieren toda nuestra atención, pero con la práctica o la familiaridad, podemos dedicarnos a ellas sin prestar mucha atención a lo que estamos haciendo (como conducir de vuelta a casa por el camino habitual).

Imaginemos que tenemos un día ajetreado en el trabajo. Es posible que estemos haciendo cosas complicadas, pero son rutinarias porque llevamos haciéndolas mucho tiempo.

Como actuamos más o menos sin pensar, cada unidad temporal estándar contiene muy pocas experiencias dignas de ser recordadas. La densidad de experiencias únicas es baja.

Al final de la jornada parece que el tiempo ha pasado deprisa, y nos sorprende gratamente descubrir que ya es hora de irse a casa.

El desgaste de la memoria episódica es la segunda condición general que hace que parezca que el tiempo ha pasado deprisa. Esto es algo que nos afecta a todos continuamente.

Los recuerdos de los sucesos rutinarios que llenan nuestros días se evaporan con el tiempo. ¿Qué hizo usted el día 17 de este mes? A no ser que fuese una ocasión especial, probablemente haya olvidado las experiencias de todo el día.

Este olvido es más intenso cuanto más atrás nos remontamos. En otro estudio pedí a la gente que describiese su percepción del paso del tiempo el día anterior, el mes pasado y el último año.

Su sensación era que el último año había pasado más deprisa que el último mes, y que este había pasado más rápidamente que el día anterior. Como es lógico, esto no tiene sentido desde un punto de vista objetivo.

Un año es 12 veces más largo que un mes, y un mes es 30 veces más largo que un día. Pero como nuestra memoria del pasado se va desgastando, la densidad de la experiencia por unidad temporal estándar disminuye, lo cual hace que nos parezca que el tiempo ha pasado velozmente.

El reloj sigue mandando

No obstante, las situaciones descritas más arriba son anomalías. Lo habitual es que no percibamos que el tiempo pasa, ni deprisa, ni despacio. En condiciones normales, 10 minutos tal como los mide el reloj también nos parecen 10 minutos.

Puedo quedar con alguien en vernos dentro de 10 minutos y llegar más o menos a tiempo sin ayuda del reloj. Esto solo es posible porque hemos aprendido a traducir la experiencia en unidades temporales estándar y viceversa.

Y esto somos capaces de hacerlo porque en nuestras experiencias cotidianas hay una coherencia producida por los patrones repetitivos y predecibles de la sociedad.

La mayor parte del tiempo no estamos aislados ni visitando países nuevos. La densidad de la experiencia por unidad temporal estándar es moderada y familiar. Aprendemos cuánta experiencia contienen 10 minutos por regla general.

Solamente algo que altere la rutina –una jornada de trabajo especialmente ajetreada o una pausa para reflexionar sobre el año pasado– reducirá la densidad de la experiencia normal, lo cual hará que tengamos la impresión de que el tiempo ha pasado volando.

Del mismo modo, un accidente de tráfico –un suceso discordante que nos llama la atención– llena al instante cada unidad temporal estándar con la experiencia de nosotros mismos y de la situación, lo cual hace que parezca que el accidente está pasando a cámara lenta.

Fuente: El País

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