Dice la leyenda que Boca Juniors y River Plate están separados por la clase, incluso más que por el fútbol.
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Cada vez que se enfrentan, las conversaciones en Argentina exceden lo deportivo, para dar pie a lo económico, lo político, lo antropológico.
Y más ante el "superclásico" de este sábado, que definirá al campeón de la Copa Libertadores.
Boca, se dice, es el equipo de los trabajadores, de lo popular; y River, el de los empresarios, de la elegancia, de la compostura.
En sus inicios, a comienzos del siglo XX, el hincha de Boca era ilustrado como un pizzero sucio, gritón y barrigón de origen genovés. El de River era un señor de porte inglés, flaco, con traje y sombrero alto.
Los imaginarios persisten.
Muchas otras rivalidades del fútbol mundial separan los equipos con características socioeconómicas.
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Pero a juzgar por los superlativos que se usan por estos días para hablar de la final de la Copa Libertadores, pareciera no hay nada como un Boca-River, conocido como el "superclásico", pero esta vez catalogado —no solo en Argentina— como "la final de todos los tiempos", la "súperfinal" y "la final del mundo".
Las exageraciones son parte del espectáculo, así como los mitos son un pilar de la rivalidad. Por eso es que hay algo de cierto, pero también mucho de equivocado, en la leyenda según la cual Boca es pueblo, y River élite.