Dos bebés escuchan, en una sala llena de ruidos, una samba que sale de una guitarra.
Estamos en un centro de rehabilitación en Recife, una de las principales ciudades del noreste de Brasil. Aquí, los niños intentan seguir el ritmo de la música.
Uno de ellos, Guilherme, golpea con ayuda sobre el parche de un tambor. El otro, Daniel, no puede ni levantar los brazos, pero sonríe.
Ambos están creciendo con el síndrome congénito de zika (CZS), que se traduce en una serie de limitaciones físicas debido a que sus madres estuvieron infectadas con el virus del Zika durante el embarazo.
Entre 2015 y 2016, más de 3.000 niños en Brasil nacieron con CZS, como consecuencia de la epidemia que sacudió al país durante poco más de doce meses.
Y el síntoma más conocido del CZS es la microcefalia, una anomalía que genera un desarrollo insuficiente del cráneo y a menudo se acompaña de atrofia cerebral.
Por esa razón, las fotos de los niños que nacían en Brasil con esta condición dieron la vuelta al mundo: bebés con un cuerpo normal, pero con una cabeza pequeña y de forma extraña.