En lo más profundo del interior del Gran Templo de Abu Simbel existe un vasto y maravilloso mundo.
El templo se levantó en la ladera de una montaña del antiguo Valle Nubio en el sur de Egipto.
Sus pilares adornados con intrincadas obras de arte de índole militar sostienen un techo pintado con buitres alados.
Los jeroglíficos que se extienden desde el piso hasta el techo y que decoran todas las paredes representan las victoriosas batallas del faraón Ramsés II, el mismo hombre responsable de la construcción de este enorme recinto.
Afuera, se pueden ver cuatro estatuas colosales del faraón que miran hacia el este, en dirección al sol naciente y que están atentas a un imponente lago cristalino.
Es un espectáculo increíble de contemplar, pero si la historia hubiera sido un tanto diferente, hoy no pudiésemos admirarlo. Y es que no estaría aquí: yacería debajo de las aguas del lago.
Lo que aún resulta más difícil de imaginar es que si Abu Simbel no se hubiera preservado, lugares como el Centro Histórico de Viena, el templo Angkor Wat de Camboya y otros sitios que son patrimonio mundial de la Unesco sólo podrían vivir en los libros de historia.
"Magnífico"
"Egipto ha hecho un gran trabajo preservando sus antiguos templos", dijo Kim Keating, directora de la sección de ventas globales de la compañía de excursiones de aventura de lujo Geographic Expeditions.