En abril de 1799, un audaz y curioso científico decidió hacer un experimento para descubrir los efectos de los gases en el cuerpo humano… su cuerpo humano.
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Con dos asistentes observándolo, se puso una máscara de seda en la cara y con una boquilla de madera metódicamente se dispuso a inhalar cuatro cuartos imperiales (4,5 litros, aproximadamente) de hidrocarbonato.
Tras el tercer cuarto, colapsó, y -según escribió más tarde en su diario- "parecía que me hundía en la aniquilación y que apenas tenía fuerzas para quitarme la boquilla de mis labios abiertos"
Consiguió tambalearse hasta su jardín, donde volvió a caerse con dolor en el pecho. Uno de sus dos asistentes le dio oxígeno y le ayudó a meterse en la cama, donde vomitó entre "intensos dolores".
Posteriormente, sufrió náuseas y pérdida de memoria.
No sorprende. ‘Hidrocarbonato’ era el nombre que se le daba al monóxido de carbono en el siglo XVIII.
El joven de apenas 20 años de edad tuvo suerte de haber salido vivo de esta experiencia. Pero aun así, una semana después ya estaba otra vez en el laboratorio con la máscara puesta, listo para inhalar gases para ver cómo reaccionaba su cuerpo.
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Gracias a esa serie de experimentos increíblemente peligrosos que Davy se aplicó a sí mismo y conocemos hoy los efectos del monóxido de dinitrógeno, mejor conocido como el gas hilarante o gas de la risa.
El contraste con la reacción que le había producido el hidrocarbonato no podía haber sido mayor.
"Este gas me subió el pulso, me hizo bailar por el laboratorio como un loco y ha mantenido mi ánimo resplandeciente desde entonces", le escribió a un amigo.
Pero, ¿quién era este arriesgado científico?