Debido a que nuestro organismo debe estar siempre alerta ante la presencia de virus o bacterias que pueden enfermarnos, es importante fortalecer nuestro sistema inmune para una respuesta adecuada.
PUBLICIDAD
Se conoce que una dieta equilibrada puede aportar con los elementos que necesita el sistema inmune para su funcionamiento. Es decir, una alimentación que aporte los nutrientes necesarios como grasas omega-3, alimentos probióticos, proteínas magras, vitaminas hidrosolubles (vitamina C y las del complejo B12, ácido fólico) y liposolubles (A, D y E), minerales como el selenio y zinc.
Sin embargo, no siempre logramos ingerir las cantidades adecuadas de nutrientes y no todos pueden ser asimilados por diferentes factores: falta de descanso, escasa actividad física o estrés.
Aquí detallamos tres hábitos que puedes incorporar en el día a día y aportar al correcto funcionamiento de tu sistema inmune:
Vitaminas y suplementos:
Las vitaminas son importantes para ayudar al sistema inmune en la generación de anticuerpos que nos protejan de infecciones u otras enfermedades. Las vitaminas C y D, así como suplementos de Zinc junto a otros minerales, han demostrado que pueden ayudarnos a reducir la duración de resfriados.
Descanso:
No dormir bien o tener un sueño de mala calidad te hace más susceptible a enfermedades. Un sueño reparador, de mínimo 7 horas cada noche en los adultos y de 8 a 10 horas en los niños, fortalece tu inmunidad natural y, en caso de estar ya enfermo, el descanso le permitirá a tu sistema inmunitario combatir de mejor forma el proceso infeccioso que atraviesas.
Dieta equilibrada y ejercicio:
Una dieta insalubre y la falta de actividad física están entre los principales factores de riesgo para la salud, según la Organización Mundial de la Salud.
Una dieta sana incluye: frutas, verduras, legumbres, frutos secos y cereales integrales; preferir los azúcares naturalmente presentes en la miel, los jarabes y los zumos y concentrados de frutas; alimentos ricos en proteínas presentes en la carne, pescado, huevos, leche y otros productos lácteos como el queso y el yogurt; y grasas saludables como el aceite de oliva y los omega-3 que son altamente antiinflamatorias.
A esto se añade el ejercicio o actividad física. Las nuevas directrices de la OMS recomiendan por lo menos de 150 a 300 minutos de actividad física aeróbica de intensidad moderada o vigorosa por semana para todos los adultos, incluidas las personas que viven con afecciones crónicas o discapacidad, y un promedio de 60 minutos al día para los niños y adolescentes.